sábado, 30 de junio de 2018

El valor de las ideas

En emprendimiento es frecuente oír que las ideas de negocio no valen nada y que lo importante es su ejecución. Por eso se mantiene que es mejor un buen equipo con una idea mediocre que una buena idea con un equipo mediocre. Sin embargo, si no hay una buena idea detrás de una ejecución es difícil crear un negocio brillante por muy bueno que sea el equipo que la ejecute. En realidad, necesitamos las dos componentes para tener éxito, porque separadamente cada una de ellas es condición necesaria pero no suficiente. Es decir que el éxito se obtiene si las partes no solamente se suman, sino que se multiplican de forma que una idea diez con un equipo cero da un resultado nulo y viceversa.
Un problema importante es que quien tiene buenas ideas como creador, frecuentemente no tiene la voluntad o la capacidad para ejecutarlas. Esto hace que el creador guarda su idea en un cajón por si acaso algún día los idus de marzo le son propicios. De esta forma muchas ideas de negocio brillantes permanecen archivadas durmiendo el sueño de los justos y como consecuencia, como el perro del hortelano, ni el creador las explota, ni deja que otros lo hagan.
La gran pregunta es cómo se podrían liberar estas ideas de negocio de forma que sus creadores tuviesen incentivos suficientes para que otros las explotasen.
En un mundo cada día más pequeño debería ser posible que una persona de, por ejemplo, la India que tenga una gran idea y que no puede o quiere impulsar en su país, pueda ponerla a disposición de otra persona en cualquier otro lugar del mundo si está interesada en ella y que esto suponga unos retornos para su creador. Este intercambio de ideas haría un mundo más creativo y más justo socialmente dando oportunidades a muchos que hoy día no las tienen. 
Es evidente que para sacar las ideas de los cajones se debería encontrar un método para poner precio a su transferencia, porque lo hay que desterrar es el concepto de que en un proyecto emprendedor no es importante el valor de las ideas.


viernes, 15 de junio de 2018

El emprendimiento ha pasado del racionalismo al empirismo


El enfoque clásico de la creación de empresas era centrarse en la idea y el desarrollo teórico de la misma. La idea era lo fundamental y para que tuviese éxito se tenía que pensar en ella desde el principio y en todos sus detalles. Es un punto de partida que supone que todo conocimiento se adquiere a partir de la razón como aparece en filosofía en el siglo XVII con Descartes y continúa desarrollándose con pensadores como Spinoza o Leibniz.
El enfoque actual del emprendimiento está centrado en los clientes, porque no hay empresa si no hay clientes, y para tener éxito se ha de experimentar haciendo hipótesis y diseñando experimentos para confirmarlas o descartarlas en función de los resultados de las interacciones con ellos. En filosofía estaríamos hablando del empirismo, la corriente que en el siglo XVII con Locke y ya en el XVIII con Hume, mantiene que el conocimiento procede de la experiencia y donde no hay verdades absolutas, sino que hay propuestas que se han de poner a prueba.
En la actualidad el emprendimiento tiene en cuenta las ideas, pero estas se han de validar. Si en el siglo XX el emprendimiento era teórico, en este siglo el emprendimiento es experimental, es decir, que el emprendimiento ha pasado del racionalismo al empirismo.