domingo, 29 de enero de 2012

La I+D no nos sacará de la crisis

Tenía que pasar, se venía venir. Hace unos días escuche por primera vez, desde que vivo cerca de la I+D, decir en un foro que habría que reducir la inversión pública en I+D.
Cuando desde dentro del sector de la I+D se ha dicho insistentemente y desde hace tantos años que el estímulo público a la investigación y al desarrollo, florecerá en un tejido productivo innovador y esto no ocurre, la sociedad puede empezar a perder la fe en una fórmula que no da los resultados prometidos y pensar que lo que pretenden los investigadores es mantener su estatus de privilegio. Las consecuencias pueden ser mucho más graves para el propio sector que decir la verdad, que la I+D puede ser necesaria pero no es suficiente si no se dan las condiciones de demanda de I+D por parte de las empresas.
La creación pública de un sistema de centros investigación o tecnológicos y de grandes infraestructuras sin una demanda empresarial conduce no solamente a un fracaso, sino a una gran decepción para la sociedad. No se puede, sin más, copiar el sistema de I+D de un país avanzado donde los resultados de la investigación fluyen de forma natural de la academia a la empresa y decir que la demanda empresarial de conocimiento y tecnología aparecerá por arte de magia. Sería mejor que cambiásemos de actitud antes de que nos lo reclamen y decir que su dinero sirve para realizar contribuciones al acervo del conocimiento de la humanidad pero que la I+D no nos sacará de la crisis.  

miércoles, 11 de enero de 2012

Gestión y corrupción


Las políticas de futuro a largo plazo proyectadas por los gobiernos tienen unos costes y unos índices de fracaso que no se permitirían fácilmente en empresas privadas eficientes. Aunque, sin embargo, esto también ocurre en empresas sistémicas (grandes bancos, energéticas, transportes, etc.), donde además, los directivos, en muchos casos, tienen comportamientos depredadores del sistema y hasta de la propia empresa.
Las instituciones gubernamentales no suelen gestionar eficientemente. Están condicionadas por demasiadas presiones  y por el tiempo de duración de las legislaturas. Los políticos, hasta los pocos que están capacitados, fracasan de manera estrepitosa. El problema es que tanto su propio partido, como los consultores y asesores, actúan y aconsejan alegremente cuando el dinero que está en juego es de los ciudadanos y no el propio. Por ejemplo, las políticas de construcción de lo que ahora se llama infraestructuras fantasma (aeropuertos, ferrocarriles,...) que no aguantarían el menor análisis crítico objetivo de su eficiencia.
Me gustaría hablar solamente de incompetencia en la gestión, sin embargo, el verdadero fantasma que planea sobre las infraestructuras fantasma es la corrupción que envuelve a los políticos, a  personajes próximos al poder y a grandes empresas como bancos-cajas o constructoras que tienen que conseguir encargos medrando desde los ayuntamientos hasta en los palcos de los grandes campos de fútbol.
Para resolver el problema no hay soluciones mágicas. Sin embargo, a corto plazo, la justicia ha de intervenir como está empezando hacer, pero con mucha más celeridad, encausando a los más poderosos y mejor blindados, sin permitir que salgan indemnes o que el delito prescriba. A largo plazo la solución es cultural y esto está ligado a la educación y no a la justicia. El problema es que en este caso los tiempos se miden en generaciones y no en legislaturas.