Tenía que pasar, se venía venir. Hace unos días escuche por primera vez, desde que vivo cerca de la I+D, decir en un foro que habría que reducir la inversión pública en I+D.
Cuando desde dentro del sector de la I+D se ha dicho insistentemente y desde hace tantos años que el estímulo público a la investigación y al desarrollo, florecerá en un tejido productivo innovador y esto no ocurre, la sociedad puede empezar a perder la fe en una fórmula que no da los resultados prometidos y pensar que lo que pretenden los investigadores es mantener su estatus de privilegio. Las consecuencias pueden ser mucho más graves para el propio sector que decir la verdad, que la I+D puede ser necesaria pero no es suficiente si no se dan las condiciones de demanda de I+D por parte de las empresas.
La creación pública de un sistema de centros investigación o tecnológicos y de grandes infraestructuras sin una demanda empresarial conduce no solamente a un fracaso, sino a una gran decepción para la sociedad. No se puede, sin más, copiar el sistema de I+D de un país avanzado donde los resultados de la investigación fluyen de forma natural de la academia a la empresa y decir que la demanda empresarial de conocimiento y tecnología aparecerá por arte de magia. Sería mejor que cambiásemos de actitud antes de que nos lo reclamen y decir que su dinero sirve para realizar contribuciones al acervo del conocimiento de la humanidad pero que la I+D no nos sacará de la crisis.