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El caso de Finlandia es paradigmático. Emerge con fuerza en los años 90 de
una situación de carencias, se convierte en una economía ejemplar de la mano de
una empresa como Nokia y es el espejo del éxito donde mirarse. Sin embargo, producto
de ese monocultivo y del estancamiento de sus variables macroeconómicas durante
los últimos siete años, Finlandia ha dejado de ser la referencia económica obligada.
Esto ha sido siempre así. En la Prehistoria del Oriente Próximo, el
Creciente Fértil permitió hace unos 10.000 años que los cazadores-recolectores
se convirtiesen en los primeros agricultores-ganaderos que dieron lugar a unas
sociedades innovadoras que desarrollaron entre otras muchas cosas la rueda y la
escritura. Salían con una gran ventaja, sin embargo hoy, es una de las zonas
del mundo con más atraso y analfabetismo, a la que contemplamos, atónitos, como
autodestruye su propio patrimonio.
A veces los resultados son producto de la suerte o de unas decisiones
acertadas o equivocadas, otras del abrazo de religiones “salvadoras”, como la
que ha producido la sacudida del magma musulmán que apunto Ortega hace más de
ochenta años. Sin embargo, además de la suerte o de otros avatares, en nuestros
días, la batalla de la innovación y del emprendimiento es condición necesaria y
se tiene que dar cada día y en todos los niveles de la sociedad, desde el ciudadano
de a pie, hasta las más altas instituciones del país, porque sin esta cultura el
mantenimiento del estado del bienestar peligra, como hemos podido comprobar y
padecer, a consecuencia de los efectos de la crisis.
No es un planteamiento político ni de derechas ni de izquierdas. La
respuesta en un mundo sin fronteras comerciales es la competitividad y esta
solamente se puede lograr desde la cultura de una sociedad emprendedora.