
En su obra El origen de la tragedia, Nietzsche habla del
equilibrio que en la antigua Grecia se alcanza entre lo apolíneo y lo dionisíaco en las tragedias griegas.
Lo apolíneo representa la visión racional e ideal de la vida al
que Nietzsche culpaba de la decadencia del hombre moderno. El arte apolíneo representa
la belleza en la arquitectura o la escultura ateniense, un arte estático y contemplativo.
Lo dionisíaco, sin embargo, lleva al hombre a salir del dominio de la razón
para sumirse en la pasión desenfrenada. El arte dionisíaco es dinámico, sensual
y orgiástico y está representado por la música y el baile.
En la tragedia griega se mezcla la cultura apolínea ateniense con
las influencias jónicas de lo dionisíaco dando como resultado un equilibrio que
suele acabar mal para el protagonista, como en la Antígona de Sófocles o en el
Orestes de Eurípides.
Volviendo a nuestro mundo, podríamos contemplar la posición del
hombre actual con una vida rutinaria como lo apolíneo, donde un ejemplo del
mismo podría ser el de un empleado estable con tareas repetitivas que lleva una
vida de actividades monótonas.
Lo dionisíaco radical podría ser representado por aquel que quiere
romper con todas las normas sociales y se arroja en un mundo de orgías o de drogas.
El emprendedor no es un apolíneo que se instaura en la rutina
diaria, ni tampoco un dionisíaco que se vuelca en la enajenación permanente de
la realidad. El emprendedor es como el protagonista de la tragedia griega, una
combinación de apolíneo y dionisíaco que muchas veces acaba en fracaso. Para
superar al decadente hombre occidental, el emprendedor representaría un ejemplo
del superhombre por el que clamaba Nietzsche.