Durante la última década, los políticos nos han hablado de forma permanente de la necesidad de atraer talento. Nuestro país se iba a convertir en un polo atractor de los mejores, no importa de donde viniesen. El estilo de vida, el clima, la gastronomía, ... y no lo olvidemos, el crecimiento económico (basado en una burbuja inmobiliaria teóricamente eterna) iban a ser el mejor reclamo para atraer a los mejores. De hecho, en el sector de la I+D se pusieron en marcha programas (Juan de la Cierva o el Ramón y Cajal de ámbito estatal y en Cataluña el Beatriu de Pinós y sobre todo el programa ICREA). Interesantes iniciativas, actualmente con un futuro complicado debido a la crisis.
En realidad la atracción existió pero no fue de talento, sino de inmigrantes sin formación mil veces más numerosos que los que se pretendían atraer por los programas de I+D. Las "importaciones" de talento eran escasas, pero el número de inmigrantes sin formación era grande.
En la actualidad el problema es otro. La inmigración se ha cortado de raíz por la doble enfermedad económica que padecemos (la local y la global). Las exportaciones están aumentando, eso es bueno, pero también las de talento, y eso es malo. La generación de jóvenes mejor formada que ha tenido el país se está marchando (unos 50.000 en los tres últimos años). No solo no atraemos talento sino que no lo retenemos. En realidad, lo que se ha creado es un sistema de repulsión de talento.
Formamos a nuestros mejores jóvenes y luego los "exportamos" a que produzcan en otros países e "importamos" personas sin formación que llegan en patera. Al final del todo hemos conseguido una balanza internacional de talento altamente "positiva". Está visto que lo nuestro es hacer el negocio de Roberto y las cabras.