La EPA (Encuesta de Población Activa) acaba de dar un disgusto más. El número de parados ha seguido aumentando en último trimestre, está cerca de los 5.800.000 y supera por primera vez el 25%.
Hace casi una década, en plena euforia del ladrillo había personas que hablaban de la necesidad de cambiar de modelo productivo pasando a otro basado en la economía del conocimiento. La frase se repitió, hasta desgastarse, por políticos, intelectuales, economistas, académicos, periodistas, etc. Sin embargo, el crecimiento económico parecía indicar que era innecesario un cambio cuando las cuentas públicas y privadas tenían superávit. Mientras tanto, los indicadores de productividad del país mostraban un deterioro significativo. Es a partir de 2007 cundo se ve la cruda realidad: todo era un espejismo. Los empresarios quizás eran los únicos que no hablaban de cambio de modelo productivo. ¿Para qué? si las cosas les iban bien. ¿Innovar? ¿Para qué? si no lo habían hecho nunca. España esta situada cerca del puesto cuarenta en innovación y competitividad.
Después de 5 años de travesía del desierto, la gran pregunta es hasta cuando va a durar y como se puede parar este declive. La percepción es que la tendencia puede mantenerse todavía varios años y si el PIB continúa bajando no habrá forma de crear nuevos puestos de trabajo.
Los empresarios, entre los que se cuenta la banca, están paralizados y no invierten, ni prestan, ni innovan (si bien es cierto que esto último no lo han hecho nunca). Por tanto, la tendencia descendente parará cuando nuestra competitividad se equilibre con la internacional. Como esto no se conseguirá con un modelo basado en el conocimiento, se llegará al equilibrio bajando los salarios.
Si fuésemos capaces de retener en el país el talento que estamos generando en nuestras universidades y centros de I+D y que estos jóvenes se dedicasen a innovar y emprender, podríamos hablar de una tendencia hacia el cambio del modelo productivo.