Recientemente ha salido una nueva
convocatoria de la Generalitat de Catalunya de grupos consolidados. Estos
grupos, al frente de los cuales hay un investigador principal, trabajan en una
determinada área del conocimiento y han de tener una calidad y una dimensión
mínimas. En la última había unos 1300 grupos consolidados en toda Cataluña,
contando los de universidades y centros de I+D.
En las convocatorias de los
Planes Nacionales estatales, los proyectos han de ser presentados por grupos de
I+D al frente de cada uno de ellos hay un investigador principal, grupos que
necesitan una dimensión mínima para tener probabilidades de éxito.
El argumento principal de las administraciones
para exigir estas condiciones, es evitar la atomización de los núcleos de
investigación, evaluar la capacidad investigadora del sistema y que al frente de
la petición haya un investigador principal de “reconocido prestigio”, que tiene
la “venia” de las administraciones (“es el grupo de fulanito”) y que es quien
tiene las facultades de controlar los gastos que realicen los miembros del
grupo. Esta es la vía para que el resto de los investigadores del proyecto
puedan disponer de recursos para asistir a congresos, tener becarios o poder
comprar un ordenador.
Todo esto conduce a una serie de
comportamientos, llamémosles, mejorables y sobre todo a procedimientos poco
eficientes de asignación de recursos, en donde investigadores del staff con capacidad e ideas, acaban
trabajando “para” quien es capaz de conseguir gestionar una petición de
proyectos con probabilidad de éxito. A veces y para conseguir la masa crítica
mínima, se añaden personas de relleno aunque no trabajen en el mismo tema. Todo
es cuestión de maquillar convenientemente la petición.
En otros lugares, como en las
universidades anglosajonas, los grupos pueden perfectamente llegar estar están
formados por un solo investigador de staff
y una serie de doctorandos y postdocs que son contratados por él y no por
convocatorias burocratizadas. Otra cosa es la asociación entre pares para
colaborar en un proyecto, en este caso no se trabaja “para” sino que se trabaja
“con”.
El resultado para las administraciones
es que tienen un mapa distorsionado de las capacidades y de la producción del sistema
de I+D. Todo ello es producto de prácticas que se arrastran del pasado, cuando
evaluar la producción científica era muy complicado. Sin embargo, hoy día se
puede ser mucho más eficiente en la asignación de recursos y en la monitorización,
casi en tiempo real, de la productividad científica, sin hacer perder el tiempo
a los investigadores y evitar los importantes costes burocráticos que
significa mantener una visión anticuada de los grupos de I+D.