Los resultados de las pasadas
elecciones europeas han tenido un sabor agridulce. De un lado, el
debilitamiento de la conciencia europea con la aparición de los partidos de
ultraderecha y de otro, el lado dulce, el aumento de la cultura democrática de la
sociedad española, a la que me voy a referir en este post.
La convivencia en el espacio
común europeo con nuestros vecinos del norte, nos ha proporcionado un espejo donde
comparar los comportamientos poco éticos de nuestras clases dirigentes. Esa
convivencia, ha hecho que la conciencia democrática de nuestra sociedad haya evolucionado
positivamente para impulsar un cambio en la vida política del país. Si queremos
cambiar nuestra democracia, hemos de tener en cuenta, que la responsabilidad no
es de los partidos, si no de los votantes. Como dice Habermas, en una
democracia, quienes gobiernan son el reflejo de sus ciudadanos. Es decir, el
comportamiento de los partidos políticos, no es otra cosa, que el termómetro de
la cultura democrática de la sociedad que los elige.
Aunque los dos partidos
mayoritarios españoles merecían haber obtenido unos resultados más severos, en
mi opinión, el correctivo que han recibido ha sido causado, en buena parte por
el aumento de la temperatura democrática de la sociedad y no por campañas electorales
mejor o peor diseñadas. La falta de apoyos sociales ha sido la consecuencia, no
del empeoramiento de la conducta poco democrática de los partidos, que tradicionalmente
siempre ha sido así, si no de la mayor sensibilidad democrática de la sociedad,
que ya no es tan permisiva con métodos corruptos y mafiosos y plantea un mayor
grado de exigencia ética a los que detentan el poder.
Cuanto más democrática es una
sociedad, más sensibles con sus necesidades y anhelos deben ser los políticos que
quieran mantener o alcanzar el poder. Los sanedrines de los partidos deberían
tomar buena nota de lo sucedido en las elecciones de la semana pasada para no
desaprovechar las oportunidades futuras.
Los partidos fuertes son
necesarios para una estabilidad política, pero PP y PSOE deben entender que sus
resultados electorales no son ya consecuencia de una campaña electoral mal diseñada,
sino de que son percibidos como organizaciones corruptas donde el poder se fundamenta
en comportamientos internos cuasi dictatoriales.
La respuesta inicial de las
figuras más conocidas del partido socialista, respecto a no permitir procesos
abiertos para elegir al próximo secretario general, ha tenido que cambiar ante
el empuje de militantes que quieren responder a lo que observan en sus bases y en
la ciudadanía. Otra visión menos autocrítica, y desde mi punto de vista
equivocada, ha sido la del PP, que ha percibido la respuesta social como puntual
y que cambiará cuando mejoren las condiciones económicas o con una buena campaña
electoral. Los grandes partidos deben cambiar y aprender las lecciones de las
elecciones europeas.