En el post anterior hablaba del espíritu independentista
y utilizaba una analogía con los aficionados al futbol. Hoy quiero hablar de
otra imagen, la del divorcio.
Cuando en un matrimonio ha desaparecido el afecto, la convivencia
es cada día más difícil y las desavenencias son permanentes, es necesario
buscar una salida. En el caso de que no sea posible una solución acordada para
reconstruir la vida en pareja y se llega a un punto de no retorno, es entonces necesario disponer de una vía legal que contemple
la separación.
El problema más grave en estas situaciones, cuando la
educación y el respeto mutuo ya no existen, es la aparición de la violencia con
las graves consecuencias para todos los implicados y en particular para los
hijos.
Este escenario era frecuente en la España del franquismo
porque no había una legislación que pusiese remedio y lo que se producía era la
separación de facto con el abandono del domicilio familiar por parte de uno de
los cónyuges. Con la aprobación de la ley del divorcio en 1981, los problemas
legales se solucionaron y permitieron que los jueces determinaran las
condiciones en que se realiza dicho divorcio.
El problema del independentismo catalán es similar. La
desafección ha ido creciendo y el único argumento con el que ha respondido el
gobierno central ha sido que no existe una ley que ampare la separación legal. En
este ambiente de imposición, las posturas no han hecho más que radicalizarse y como
consecuencia la situación en Cataluña puede llegar a ser insostenible. De esta
forma, los que más pueden sufrir las consecuencias son los “hijos”.
De cualquier forma, obligar a mantener una convivencia a
la fuerza a una sociedad, es un escenario poco atractivo, cuando continuamente
aparecen situaciones indeseadas de falta de respeto a los símbolos del otro:
pitadas al himno, retirada y quema de banderas, manifestaciones masivas de
petición de independencia, etc.
La solución es preguntar a la “pareja” si quiere convivir
y en qué condiciones, y si la respuesta está lejos de la que se desea escuchar
y no hay acuerdo, lo mejor es una separación pactada, a ser posible amistosa.
En otro caso ha de ser una separación legal de condiciones dictadas por un juez
imparcial conforme a derecho.
En el caso de una sociedad la pregunta se ha de hacer en
las urnas y para ello hay que aprobar una ley del “divorcio”.