En los últimos años, Cataluña ha apostado por avanzar hacia una Sociedad
del Conocimiento. Sin embargo, aunque se han dado pasos importantes en esta
dirección, creando un sistema de I+D eficiente y unas buenas universidades,
Cataluña no ha conseguido que este conocimiento se transforme en PIB.
La Sociedad del Conocimiento es condición necesaria, pero no suficiente,
para competir en un mundo global que permita mantener un bienestar social que
hoy en día se está degradando de forma progresiva (sanidad, pensiones,
dependencia,…). Para lograr que el conocimiento se transforme en riqueza hay
que movilizarlo, dinamizarlo, lograr que la inversión que la sociedad realiza
en él, sea rentable, tenga retornos.
Podemos generar conocimiento hasta llenar grandes contenedores de él, pero serán
depósitos estáticos, estériles, yermos. Para dinamizarlos, debemos ponerles
motores que los impulsen y ruedas que minimicen el rozamiento con el sistema administrativo
por el que se mueven.
La solución que todo el mundo propone es impulsar la Transferencia de
Tecnología de las instituciones que la generan a las empresas que la necesitan.
La Transferencia de Tecnología y, de forma más general, la Transferencia del
Conocimiento (TC), es el proceso por el que el conocimiento generado por los grupos
de I+D se traslada al tejido empresarial. Sin embargo, como se ha comprobado en
los últimos años, en Cataluña, los intentos en este sentido no han funcionado satisfactoriamente.
La TC se puede realizar de diferentes maneras, siendo las más frecuentes: a)
por encargos directos de proyectos a grupos de I+D, b) por licencia de patentes
o c) por la creación de spin-off. Las dos primeras vías funcionan como un
mercado, donde es necesaria la existencia de una oferta, una demanda y un
espacio para realizar las transacciones. La tercera vía implica un proceso de
emprendimiento.
El notable sistema público de generación de conocimiento de Cataluña,
podría constituir una buena oferta en el mercado del desarrollo de proyectos
tecnológicos. No obstante, los científicos constituyen un colectivo de
reflexión que normalmente está motivado por crear nuevo conocimiento, pero no por
involucrarse directamente en los procesos de su transferencia. De ahí, que
desde ciertos ambientes empresariales, se acuse al sistema de I+D de no
acercarse lo suficiente a las empresas para llevar a cabo la TC.
El error fundamental de las voces críticas con los investigadores, es que no
tienen en cuenta que el curriculum vitae de un científico está ligado a la
calidad de su investigación y esta se mide internacionalmente a través de sus
publicaciones. Por eso es necesario que las empresas propongan a los
investigadores retos suficientemente atractivos como para permitirles publicar
los resultados en revistas y congresos de prestigio (una vez realizadas las
eventuales patentes) y esto solamente es posible en un ecosistema innovador avanzado.
Cosa que no ocurre en Cataluña y menos en el resto de España.
Para llevar a cabo la TC se requiere un lugar donde se realicen las
transacciones. Los diferentes gobiernos de la Generalitat han tratado de crear
estos entornos, en los que se pueda realizar el intercambio. Sin embargo, el
éxito ha sido limitado, ya que las administraciones públicas han invertido
pocos recursos y las políticas se han revelado erráticas y sin continuidad en
el tiempo. Incluso con gobiernos del mismo color político, se han repetido
actuaciones similares desde diferentes departamentos, sin una visión
integradora. Estos cambios constantes de estrategia no se producían por
casualidad, sino porque las políticas públicas no funcionaban bien y había que
cambiarlas. Por el contrario, los éxitos cosechados por el sistema de I+D han estimulado
la continuidad de su estrategia a pesar de los cambios de gobierno, incluso de
diferente color político.
Es habitual mencionar como modelos de referencia, países tales como
Finlandia, Corea, Israel o Singapur, donde se han revelado exitosas las
políticas consistentes en dedicar dinero público al fomento de la
investigación, la transferencia y la innovación en las empresas. Pero los
buenos resultados de estos países no han sido únicamente consecuencia del
dinero invertido, sino fundamentalmente de su cultura empresarial. El verdadero
problema radica en que si un tejido empresarial es tradicionalmente poco
innovador, no es posible cambiar su espíritu únicamente con dinero público, por
mucha continuidad que haya en las políticas. En este caso, la única cultura a
la que se acabarían adaptando las empresas, sería la de la subvención.
El problema fundamental no reside en el espacio de transacciones, sino en
el tercer elemento del mercado, en la demanda de conocimiento o, mejor dicho,
en la falta de demanda. En Cataluña no existe una buena demanda, ni en cantidad,
ni en calidad. Esto se debe a que el tejido empresarial no es suficientemente innovador.
Según el Regional Innovation Scoreboard, Cataluña ha caído recientemente del
segundo al tercer nivel de los cuatro en los que la UE clasifica las regiones
europeas por innovación, y según el Regional
Competitiveness Index: de la posición 103 en el 2010 a la 142 en el 2013. Esto
no quiere decir que no sea preciso realizar esfuerzos para diseñar e implantar
políticas que fomenten la innovación, ni que todo el país sea absolutamente
no-innovador. Lo que quiero mostrar con esta reflexión, son las causas de los
pobres resultados de las políticas de TC y de innovación de los gobiernos de la
Generalitat.
En conclusión, con dinero público se puede construir un buen sistema de
investigación, pero no un sistema productivo innovador. La realidad, la cruel
realidad, nos ha mostrado que el eficiente sistema de I+D catalán no ha empujado
al tejido empresarial para que este enarbole la bandera de la innovación,
porque no es así como funciona este asunto; sino al revés, es en todo caso, el sistema
empresarial el que ha de estimular la colaboración del sistema de
investigación. En otras palabras, hemos puesto el carro delante de los bueyes. El
resultado es que estamos financiando la creación de conocimiento para
contribuir al caudal de saber de la Humanidad, pero este conocimiento que pagan
los ciudadanos catalanes, lo rentabilizan otros países más avanzados, que sí
tienen la capacidad necesaria para aprovecharlo. Dicho de otro modo, tenemos
una ruinosa balanza internacional de conocimiento.
La segunda vía de TC es la licencia de patentes al sistema productivo. Esta
vía debería ser capaz de trasladar al tejido empresarial la explotación de las
patentes generadas en el sistema de I+D. En este caso, aunque no haya
suficiente demanda interna de estas patentes, el proceso puede funcionar en un
mercado internacional por los procedimientos estándar de licencia de patentes. Sin
embargo, este proceso que debería ser más fácil que el desarrollo de proyectos
por encargo que requiere una proximidad geográfica a la demanda, tampoco
funciona bien. Aunque de cualquier manera, si el tejido empresarial del país,
sistemáticamente, no muestra interés alguno en la explotación de las patentes
desarrolladas por el sistema de I+D catalán, deberíamos empezar a dudar si tenemos
un sistema de investigación bien configurado.
La tercera vía de la TC sería la creación de spin-off por parte de los
propios grupos de I+D de las universidades y centros de investigación. Esta vía
se está impulsando actualmente desde el Departamento de Economía y Conocimiento
mediante la implantación del programa «Industria del conocimiento», con tres
instrumentos diferentes (semilla, producto y mercado) en función del estado de
maduración de los proyectos. En Cataluña se crean cerca de 40 a 50 spin-off al
año, y es posible que con la iniciativa «Industria del conocimiento» aumente su
número, pero es difícil que este aumento se convierta en un elemento clave para
la solución del problema de la innovación del país.
También pasa en el MIT, donde solamente se crean unas 40 spin-off al año, y
es que esto se debe, como ya he dicho antes, a que en general, los
investigadores son personas de reflexión, no empresarios. Su objetivo es
generar nuevo conocimiento, no transferirlo. La solución sería disponer de un
tejido empresarial más innovador que el actual y que demandase conocimiento no
trivial, para transformarlo en productos y servicios de alto valor añadido. Por
eso creo que es necesario potenciar la creación de ese nuevo tejido empresarial
que, en paralelo, vaya complementando el actual y lo pueda relevar en el
futuro. Es aquí donde juegan un papel clave las universidades emprendedoras.
Como dice Bill Aulet, Managing Director del Trust Center for MIT
Entrepreneurship, de las 900 empresas que se crean en torno al MIT cada año,
tan sólo unas 40 son spin-off (como en Cataluña), mientras que el resto son
startups creadas por estudiantes. Y es que en el MIT una gran mayoría de los
estudiantes piensa en crear su propia empresa, algo que aquí no ocurre. Según
Aulet, el PIB generado por las 25.000 empresas creadas en torno al MIT le
situarían, si fuese un país, como la undécima economía mundial. Curiosamente,
este porcentaje del 5% de spin-off en relación al total de las startups creadas
es el mismo en el MIT que en Stanford.
Es una cuestión cultural, no de dinero, que en Cataluña no se pueda crear
una nueva Ruta 128 de Massachusetts o un nuevo Silicon Valley. Las grandes
empresas de referencia, como Apple, Microsoft, Facebook o Twitter, o las de
emprendimiento social, como Wikipedia, no han nacido de descubrimientos científicos,
sino en entornos universitarios emprendedores. La sociedad necesita que nuestra
sea emprendedora, y la solución reside en impulsar un cambio cultural. Es un
problema de voluntad y tiempo, pero existen herramientas para conseguirlo. De
esta manera, además, todo el sistema de I+D catalán podría hallar su razón de
ser al devolver a la sociedad el esfuerzo realizado, mediante el valor añadido
que generasen los proyectos de innovación disruptiva de las nuevas empresas del
país.
Este cambio cultural para avanzar de una Sociedad del Conocimiento a una
Sociedad del Emprendimiento ha de manifestarse en todos los ámbitos sociales,
desde el discurso político, hasta los medios de comunicación, y,
fundamentalmente, a todos los niveles del sistema educativo, aunque en este
artículo se aborde tan sólo el sistema universitario.
La gran diferencia con el MIT es que, antes que emprendedores, nuestros alumnos
prefieren ser funcionarios o trabajar en una gran empresa de por vida. En las
universidades hemos anestesiado a nuestros estudiantes durante décadas,
haciéndoles creer que su futuro era ése. Pero esto ha cambiado y ahora necesitamos
crear la cultura del emprendimiento en las universidades, transformándolas en universidades
emprendedoras.
El proceso no será fácil, porque muchos colectivos universitarios tienen
aversión a que el espíritu empresarial entre en las universidades, aunque el
emprendimiento social puede ser una buena opción para ellos. Otra barrera
importante es que la vida universitaria se desarrolla en un entorno formado por
funcionarios, que son los que deberían impulsar este cambio. Por último, el tempo
de una transformación como esta no es de un año, ni de una legislatura, sino de,
como mínimo, toda una generación.
Pese a todos los problemas, es necesario empezar cuanto antes y aprovechar
las oportunidades de fomento y formación que existen en las universidades. Aunque
todavía tímidamente, algunas ya ofrecen asignaturas optativas en los grados,
seminarios, charlas, han creado espacios de co-working, incluyendo el
emprendimiento en los Trabajos Finales de Grado, o se han asociado para
desarrollar un MOOC de emprendimiento con el apoyo de la Generalitat y la ACUP.
Si bien ha de intensificarse en gran medida, el incipiente esfuerzo que han
empezado a realizar las universidades catalanas va en la línea correcta de
impulsar el cambio cultural necesario para mantener el bienestar social,
pasando de la Sociedad del Conocimiento a la Sociedad del Emprendimiento.