De la misma forma que en la
segunda revolución industrial, la introducción del petróleo y de la
electricidad en los sistemas de producción, el transporte y en la agricultura,
hicieron desaparecer muchas profesiones y puestos de trabajo, en la actualidad estamos
sufriendo una situación parecida con la incorporación de forma masiva de
tecnologías que se crean y perfeccionan permanentemente. La revolución en la
que nos encontramos, está ocasionando cambios radicales en el mundo
empresarial, con la desaparición de sectores completos de producción tal y como
las hemos conocido hasta ahora, con los consiguientes costes sociales y
personales que de ello se derivan.
Las palabras mágicas, que
aparecen en el mundo laboral, son: formación permanente, creatividad, emprendimiento
e intraemprendimiento, como alternativa
al puesto de trabajo tradicional, sin cambios y de por vida. Las estructuras
productivas están cambiando cada vez más deprisa y quien no se adecúe a los
nuevos tiempos estará perdido en un proceso darwiniano en el que solamente
sobrevivirán los que mejor se adapten.
Como ejemplos, podemos considerar
la comunicación y el intercambio de información y conocimiento digital de todo
tipo. Sectores como el editorial, el discográfico, el cine o la prensa, están
sufriendo unos cambios radicales en un breve espacio de tiempo. La
intermediación está desapareciendo en muchos sectores. La formación como
transmisión de conocimiento a través de las vías clásicas presenciales, está
empezando a tener alternativas que además permiten una gran agilidad para una
formación continua a lo largo de la vida que hoy día se hace indispensable.
Para implantar todos estos
cambios, en muchos casos, la tecnología ya existe. La barrera es cultural, no
tecnológica y aunque la resistencia de las sociedades más tradicionales al
cambio cultural pueda ser considerable, otras comunidades más sensibles a
implantar las nuevas formas de hacer y producir no dejarán otra alternativa que
seguirlas o encerrarse en sus fronteras físicas y mentales.
Para las sociedades poco
innovadoras como la nuestra, donde las
empresas no pueden competir con valor añadido, la única alternativa es competir
en coste y que los trabajadores asuman la realidad de unos salarios
decrecientes, un índice de paro alto y unas perspectivas de bienestar social
muy poco prometedoras. La amenaza de adoptar una solución de este tipo, radica,
en que existen muchos países de economías emergentes que pueden llegar a
competir con ventaja en precios.
La solución es aumentar la
competitividad a través de productos y servicios de alto valor añadido, sin
embargo, la transformación de un sistema productivo clásico en un sistema
innovador que aumente la competitividad a partir del valor añadido es una
solución difícil de conseguir, ya sea porque no se está preparado
tecnológicamente, o sobre todo, porque no se es consciente de la gravedad de
permanecer enquistados en la tradición.
Las empresas consolidadas son
prudentes con hacer innovación radical por el riesgo que entraña. La innovación
radical la pueden hacer las nuevas empresas que no tienen demasiado que perder.
Empresas que podrían crear los jóvenes bien preparados de las nuevas
generaciones, si no fuera por porque nuestra sociedad tiene un importante déficit
de cultura emprendedora.