La globalización y la crisis han producido un cambio en la distribución
de la riqueza mundial que se concentraba en las sociedades occidentales. Su reparto
ha cambiado y los países emergentes, en particular China, disponen de un poder que
hace solamente unos pocos años no tenían. Esta nueva situación proyecta una
imagen de decadencia relativa de Occidente, que afecta al dominio económico y a
la influencia social y política que ejercía en todo el mundo.
También el bienestar se ha redistribuido, en un proceso de vasos
comunicantes, a otras partes del planeta. Esto ha llevado a una pérdida de
calidad de vida de las sociedades occidentales y especialmente a sus clases
medias y bajas, que habían ido mejorando sus condiciones de vida de forma
permanente desde la segunda guerra mundial.
La manifestación más próxima y evidente del cambio, ha sido la crisis del
2007 que hoy continúa enquistada en la sociedad occidental con una situación de
paro y recortes, especialmente intensos en las sociedades del sur de Europa que
al no poder competir en valor añadido, lo hacen bajando los salarios.
La solución, como siempre, está en la educación. Una educación como la finesa que se enfoca a que cada persona debe pensar en generar su propio espacio
de trabajo y donde la creatividad y el emprendimiento han de ser los ejes de
esta revolución.
Todo el sistema educativo y en particular las universidades han de
cambiar de forma radical y no solamente los contenidos de los planes de estudio.
El cambio que se avecina ha de ser radical y cultural y cuanto más tardemos en
darnos cuenta de ello, peor para todos.