domingo, 27 de noviembre de 2011

Educar para crear empresas


Las empresas, como organismos vivos, nacen, crecen, a veces se reproducen (spin-off’s) y finalmente mueren. La muerte de las empresas se puede producir de muerte natural o provocada por algún desastre como el sunami económico que vivimos. Desde que empezó la crisis, este aumento de la mortalidad empresarial ha tenido como consecuencia más dramática la duplicación del paro.
El aumento del paro debido a la mortalidad empresarial, no ha producido un aumento de la natalidad de nuevas empresas, que en este país siempre ha sido muy baja. Como resultado, tenemos una “demografía empresarial” que no permite ser muy optimista respecto a la creación de empleo en los próximos años.
Esta situación ha hecho que aparezcan numerosas iniciativas para fomentar y facilitar la actividad emprendedora, tanto públicas, como de otras instituciones y de grandes empresas. Estas iniciativas son  muy loables e interesantes, sin embargo, tenemos problemas de raíz que limitan el verdadero impulso de creación de empresas y no me refiero a los problemas burocráticos (que también), ni a la falta de dinero (aunque tampoco sobra), ni la falta de ideas (que hay muchas), ni las ganas para llevarlas adelante (que existen), ni el temor al riesgo (que naturalmente, haberlo haylo). 
Los dos problemas más importantes son culturales: de una parte está la identificación social del empresario como depredador y la percepción social de que quien fracasa alguna vez ya es un fracasado y no alguien que está mejor preparado para una nueva aventura.
Si la sociedad no cambia, será difícil aumentar el número de emprendedores y la natalidad de nuevas empresas. El cambio de percepción pasa por la educación, tanto de la sociedad en general, a través de los medios de comunicación, como de los más jóvenes a través de la educación para que sus héroes no sean solamente deportistas o cantantes. El problema de estos procesos educativos es que son públicos y duran más que las legislaturas, lo cual les hace electoralmente poco rentables . 

domingo, 13 de noviembre de 2011

La innovación en política


Cuando hablamos de innovación, parece que es algo que concierne exclusivamente al mundo de las empresas y que si una empresa no innova, lo más probable es que antes o después acabe desapareciendo. También una sociedad democrática que generalmente es conservadora y poco innovadora, puede acabar desapareciendo por agresiones desde el interior o desde el exterior. La historia tiene una lista notable de ejemplos.
Cuando en una democracia los políticos se profesionalizan y piensan que son indispensables para que el sistema funcione, acaban intentando eliminar el espacio que separa los tres poderes montesquianos, controlándolos en la mayor medida posible. Es el gobierno de los peores. El problema no es de los partidos políticos, ya que su objetivo es el poder y si es posible todo el poder.  El problema es la dejación de los ciudadanos que lo permitimos y no establecemos mecanismos para limitar este asalto al poder. Por muchas razones, hay muchos ciudadanos que podrían hacer aportaciones importantes e independientes, pero que no desean participar de forma exclusiva en la política y dejar su actividad profesional, que en muchos casos es vocacional.
La sociedad debería crear vías flexibles para conseguir la participación directa de los ciudadanos en la vida política y en la toma de decisiones. Pero los partidos políticos, como es natural, no tienen ningún interés en cambiar unas reglas que pueden llegar a limitar su poder. Por tanto, si no se quiere intentar una innovación rupturista, la única opción para conseguir innovar es aprovechar las reglas de juego actuales.
La idea sería crear un partido político exclusivamente legislativo. Su objetivo sería la participación en el parlamento proponiendo o apoyando leyes, en particular aquellas de importancia clave ("metaleyes"), como por ejemplo, cambios en la constitución, leyes de referéndum, cambio de la ley electoral, etc. Sin embargo, no intervendría en trámites cotidianos, ni mucho menos ocuparía cargos en el gobierno.
El partido se presentaría a las elecciones como cualquier otro partido. Las personas que fuesen en las candidaturas deberían ser personas de gran prestigio que deberían mantener sus profesiones y no cobrar salarios permanentes (que volverían a las arcas públicas) pero si por sus intervenciones. Serían parlamentarios independientes políticamente a dedicación parcial.