jueves, 31 de diciembre de 2015

De la Sociedad del Conocimiento a la Sociedad del Emprendimiento (Publicado en el Informe 2015 IRI de la ACUP)

En los últimos años, Cataluña ha apostado por avanzar hacia una Sociedad del Conocimiento. Sin embargo, aunque se han dado pasos importantes en esta dirección, creando un sistema de I+D eficiente y unas buenas universidades, Cataluña no ha conseguido que este conocimiento se transforme en PIB.
La Sociedad del Conocimiento es condición necesaria, pero no suficiente, para competir en un mundo global que permita mantener un bienestar social que hoy en día se está degradando de forma progresiva (sanidad, pensiones, dependencia,…). Para lograr que el conocimiento se transforme en riqueza hay que movilizarlo, dinamizarlo, lograr que la inversión que la sociedad realiza en él, sea rentable, tenga retornos.
Podemos generar conocimiento hasta llenar grandes contenedores de él, pero serán depósitos estáticos, estériles, yermos. Para dinamizarlos, debemos ponerles motores que los impulsen y ruedas que minimicen el rozamiento con el sistema administrativo por el que se mueven.
La solución que todo el mundo propone es impulsar la Transferencia de Tecnología de las instituciones que la generan a las empresas que la necesitan. La Transferencia de Tecnología y, de forma más general, la Transferencia del Conocimiento (TC), es el proceso por el que el conocimiento generado por los grupos de I+D se traslada al tejido empresarial. Sin embargo, como se ha comprobado en los últimos años, en Cataluña, los intentos en este sentido no han funcionado satisfactoriamente.
La TC se puede realizar de diferentes maneras, siendo las más frecuentes: a) por encargos directos de proyectos a grupos de I+D, b) por licencia de patentes o c) por la creación de spin-off. Las dos primeras vías funcionan como un mercado, donde es necesaria la existencia de una oferta, una demanda y un espacio para realizar las transacciones. La tercera vía implica un proceso de emprendimiento.
El notable sistema público de generación de conocimiento de Cataluña, podría constituir una buena oferta en el mercado del desarrollo de proyectos tecnológicos. No obstante, los científicos constituyen un colectivo de reflexión que normalmente está motivado por crear nuevo conocimiento, pero no por involucrarse directamente en los procesos de su transferencia. De ahí, que desde ciertos ambientes empresariales, se acuse al sistema de I+D de no acercarse lo suficiente a las empresas para llevar a cabo la TC.
El error fundamental de las voces críticas con los investigadores, es que no tienen en cuenta que el curriculum vitae de un científico está ligado a la calidad de su investigación y esta se mide internacionalmente a través de sus publicaciones. Por eso es necesario que las empresas propongan a los investigadores retos suficientemente atractivos como para permitirles publicar los resultados en revistas y congresos de prestigio (una vez realizadas las eventuales patentes) y esto solamente es posible en un ecosistema innovador avanzado. Cosa que no ocurre en Cataluña y menos en el resto de España.
Para llevar a cabo la TC se requiere un lugar donde se realicen las transacciones. Los diferentes gobiernos de la Generalitat han tratado de crear estos entornos, en los que se pueda realizar el intercambio. Sin embargo, el éxito ha sido limitado, ya que las administraciones públicas han invertido pocos recursos y las políticas se han revelado erráticas y sin continuidad en el tiempo. Incluso con gobiernos del mismo color político, se han repetido actuaciones similares desde diferentes departamentos, sin una visión integradora. Estos cambios constantes de estrategia no se producían por casualidad, sino porque las políticas públicas no funcionaban bien y había que cambiarlas. Por el contrario, los éxitos cosechados por el sistema de I+D han estimulado la continuidad de su estrategia a pesar de los cambios de gobierno, incluso de diferente color político.
Es habitual mencionar como modelos de referencia, países tales como Finlandia, Corea, Israel o Singapur, donde se han revelado exitosas las políticas consistentes en dedicar dinero público al fomento de la investigación, la transferencia y la innovación en las empresas. Pero los buenos resultados de estos países no han sido únicamente consecuencia del dinero invertido, sino fundamentalmente de su cultura empresarial. El verdadero problema radica en que si un tejido empresarial es tradicionalmente poco innovador, no es posible cambiar su espíritu únicamente con dinero público, por mucha continuidad que haya en las políticas. En este caso, la única cultura a la que se acabarían adaptando las empresas, sería la de la subvención.
El problema fundamental no reside en el espacio de transacciones, sino en el tercer elemento del mercado, en la demanda de conocimiento o, mejor dicho, en la falta de demanda. En Cataluña no existe una buena demanda, ni en cantidad, ni en calidad. Esto se debe a que el tejido empresarial no es suficientemente innovador.
Según el Regional Innovation Scoreboard, Cataluña ha caído recientemente del segundo al tercer nivel de los cuatro en los que la UE clasifica las regiones europeas por innovación, y  según el Regional Competitiveness Index: de la posición 103 en el 2010 a la 142 en el 2013. Esto no quiere decir que no sea preciso realizar esfuerzos para diseñar e implantar políticas que fomenten la innovación, ni que todo el país sea absolutamente no-innovador. Lo que quiero mostrar con esta reflexión, son las causas de los pobres resultados de las políticas de TC y de innovación de los gobiernos de la Generalitat.
En conclusión, con dinero público se puede construir un buen sistema de investigación, pero no un sistema productivo innovador. La realidad, la cruel realidad, nos ha mostrado que el eficiente sistema de I+D catalán no ha empujado al tejido empresarial para que este enarbole la bandera de la innovación, porque no es así como funciona este asunto; sino al revés, es en todo caso, el sistema empresarial el que ha de estimular la colaboración del sistema de investigación. En otras palabras, hemos puesto el carro delante de los bueyes. El resultado es que estamos financiando la creación de conocimiento para contribuir al caudal de saber de la Humanidad, pero este conocimiento que pagan los ciudadanos catalanes, lo rentabilizan otros países más avanzados, que sí tienen la capacidad necesaria para aprovecharlo. Dicho de otro modo, tenemos una ruinosa balanza internacional de conocimiento.
La segunda vía de TC es la licencia de patentes al sistema productivo. Esta vía debería ser capaz de trasladar al tejido empresarial la explotación de las patentes generadas en el sistema de I+D. En este caso, aunque no haya suficiente demanda interna de estas patentes, el proceso puede funcionar en un mercado internacional por los procedimientos estándar de licencia de patentes. Sin embargo, este proceso que debería ser más fácil que el desarrollo de proyectos por encargo que requiere una proximidad geográfica a la demanda, tampoco funciona bien. Aunque de cualquier manera, si el tejido empresarial del país, sistemáticamente, no muestra interés alguno en la explotación de las patentes desarrolladas por el sistema de I+D catalán, deberíamos empezar a dudar si tenemos un sistema de investigación bien configurado.
La tercera vía de la TC sería la creación de spin-off por parte de los propios grupos de I+D de las universidades y centros de investigación. Esta vía se está impulsando actualmente desde el Departamento de Economía y Conocimiento mediante la implantación del programa «Industria del conocimiento», con tres instrumentos diferentes (semilla, producto y mercado) en función del estado de maduración de los proyectos. En Cataluña se crean cerca de 40 a 50 spin-off al año, y es posible que con la iniciativa «Industria del conocimiento» aumente su número, pero es difícil que este aumento se convierta en un elemento clave para la solución del problema de la innovación del país.
También pasa en el MIT, donde solamente se crean unas 40 spin-off al año, y es que esto se debe, como ya he dicho antes, a que en general, los investigadores son personas de reflexión, no empresarios. Su objetivo es generar nuevo conocimiento, no transferirlo. La solución sería disponer de un tejido empresarial más innovador que el actual y que demandase conocimiento no trivial, para transformarlo en productos y servicios de alto valor añadido. Por eso creo que es necesario potenciar la creación de ese nuevo tejido empresarial que, en paralelo, vaya complementando el actual y lo pueda relevar en el futuro. Es aquí donde juegan un papel clave las universidades emprendedoras.
Como dice Bill Aulet, Managing Director del Trust Center for MIT Entrepreneurship, de las 900 empresas que se crean en torno al MIT cada año, tan sólo unas 40 son spin-off (como en Cataluña), mientras que el resto son startups creadas por estudiantes. Y es que en el MIT una gran mayoría de los estudiantes piensa en crear su propia empresa, algo que aquí no ocurre. Según Aulet, el PIB generado por las 25.000 empresas creadas en torno al MIT le situarían, si fuese un país, como la undécima economía mundial. Curiosamente, este porcentaje del 5% de spin-off en relación al total de las startups creadas es el mismo en el MIT que en Stanford.
Es una cuestión cultural, no de dinero, que en Cataluña no se pueda crear una nueva Ruta 128 de Massachusetts o un nuevo Silicon Valley. Las grandes empresas de referencia, como Apple, Microsoft, Facebook o Twitter, o las de emprendimiento social, como Wikipedia, no han nacido de descubrimientos científicos, sino en entornos universitarios emprendedores. La sociedad necesita que nuestra sea emprendedora, y la solución reside en impulsar un cambio cultural. Es un problema de voluntad y tiempo, pero existen herramientas para conseguirlo. De esta manera, además, todo el sistema de I+D catalán podría hallar su razón de ser al devolver a la sociedad el esfuerzo realizado, mediante el valor añadido que generasen los proyectos de innovación disruptiva de las nuevas empresas del país.
Este cambio cultural para avanzar de una Sociedad del Conocimiento a una Sociedad del Emprendimiento ha de manifestarse en todos los ámbitos sociales, desde el discurso político, hasta los medios de comunicación, y, fundamentalmente, a todos los niveles del sistema educativo, aunque en este artículo se aborde tan sólo el sistema universitario.
La gran diferencia con el MIT es que, antes que emprendedores, nuestros alumnos prefieren ser funcionarios o trabajar en una gran empresa de por vida. En las universidades hemos anestesiado a nuestros estudiantes durante décadas, haciéndoles creer que su futuro era ése. Pero esto ha cambiado y ahora necesitamos crear la cultura del emprendimiento en las universidades, transformándolas en universidades emprendedoras.
El proceso no será fácil, porque muchos colectivos universitarios tienen aversión a que el espíritu empresarial entre en las universidades, aunque el emprendimiento social puede ser una buena opción para ellos. Otra barrera importante es que la vida universitaria se desarrolla en un entorno formado por funcionarios, que son los que deberían impulsar este cambio. Por último, el tempo de una transformación como esta no es de un año, ni de una legislatura, sino de, como mínimo, toda una generación.
Pese a todos los problemas, es necesario empezar cuanto antes y aprovechar las oportunidades de fomento y formación que existen en las universidades. Aunque todavía tímidamente, algunas ya ofrecen asignaturas optativas en los grados, seminarios, charlas, han creado espacios de co-working, incluyendo el emprendimiento en los Trabajos Finales de Grado, o se han asociado para desarrollar un MOOC de emprendimiento con el apoyo de la Generalitat y la ACUP.

Si bien ha de intensificarse en gran medida, el incipiente esfuerzo que han empezado a realizar las universidades catalanas va en la línea correcta de impulsar el cambio cultural necesario para mantener el bienestar social, pasando de la Sociedad del Conocimiento a la Sociedad del Emprendimiento.

martes, 15 de diciembre de 2015

Rich versus King

En otro post anterior he hablado de las dificultades, o la casi imposibilidad, de obtener inversión de terceros (Business Angels o Capital Riesgo) para un proyecto emprendedor en la fase de idea o de modelo de negocio. En esta fase, son los propios emprendedores, también las 3F’s y excepcionalmente alguna plataforma de crowdfunding, quienes financian los primeros pasos de las startups.
En la siguiente fase, la de crecimiento, cuando ya hay un modelo de negocio validado, algún cliente y se crea la empresa, aunque es difícil, empieza a haber posibilidades de encontrar financiación privada para nuestra aventura, si esta es escalable. Estas dificultades, no solo existen en lugares donde el capital emprendedor es escaso, como en España, sino incluso en el paraíso de los emprendedores y de la abundancia de inversores, como es Silicon Valley, donde se financian menos de uno de cada 1.000 proyectos.
Todos los emprendedores que conozco, se lanzan a montar su proyecto emprendedor pensando en buscar financiación alternativa en cuanto sea posible ( incluso antes) y para ello preparan su Business Plan, una presentación en Power Point i el consabido Elevator Pitch. Sin embargo, no tienen en cuenta que la búsqueda les distraerá tiempo valioso de sus objetivos y que debido a que el riesgo es todavía alto en esta fase, los inversores le exigirán unas condiciones que pueden significar para los fundadores, la pérdida del control de la nueva empresa.
Hemos llegado a la situación de lo que llamó Noam Wasserman The founder’s dilemma, en donde los emprendedores deben escoger entre ser King versus Rich. En sus estudios, Wasserman encontró, que más del 50% de los fundadores habían perdido su poder frente al board de su empresa en 3 años. Un caso paradigmático es el de Steve Jobs, cuando tuvo que dejar Apple en 1985, vendiendo todas sus acciones (menos una), aunque luego fue llamado de nuevo para salvarla en 1997.
Controlar la compañía y al mismo tiempo hacerse rico, es excepcional, y por eso son conocidos estos casos extraordinarios, como el de Bill Gates con Microsoft o Amancio Ortega con Inditex y que podemos situar en el cuadrante inferior derecho de la figura inicial de este post (“exception”). Pero si ni se controla la empresa, ni se gana dinero, estaremos en una situación frecuente que corresponde al cuadrante superior izquierdo de la figura (“failure”).
Si se quiere mantener el control de la empresa y ser king, la entrada de inversores se ha de retrasar todo cuanto sea posible. Entre tanto, la financiación en esta fase ha de venir de los propios clientes que compran nuestros productos o servicios y excepcionalmente de préstamos participativos de instituciones, como por ejemplo ENISA.

Si el proyecto ya está consolidado, es escalable y además se pretende entrar en una fase de expansión, este sería el mejor momento para incorporar inversores, si es que se necesitan (Amancio Ortega nunca lo hizo), ya que se puede mostrar que el negocio funciona y que la incertidumbre ha disminuido respecto a las fases iniciales. En este momento, para el emprendedor es más fácil obtener financiación y a un mejor precio. De cualquier forma, en todo el proceso de creación, crecimiento, consolidación y expansión de un proyecto emprendedor, siempre hemos de tener presente el dilema de Rich versus King