domingo, 15 de mayo de 2016

Algún Romanones que lo tiene congelado

En el post anterior hacía referencia a los costes y las trabas administrativas existentes para crear una nueva empresa en este país y que cuando la empresa recién creada fracasa, cosa que suele ocurrir con frecuencia, el problema se puede convertir en un drama legal y administrativo.
En algún momento de lucidez a alguien en algún ministerio se le ocurrió una solución, aunque parcial y limitada al ámbito educativo. Esta idea dio lugar a la disposición adicional novena de la Ley 14/2013, de 27 de septiembre, de apoyo a los emprendedores y su internacionalización.
En dicha ley aparecía el articulado correspondiente a la llamada miniempresa o empresa de estudiantes con las siguientes características:
1. La miniempresa o empresa de estudiantes se reconoce como herramienta pedagógica.
2. Reglamentariamente, se determinarán los requisitos, límites al estatuto de miniempresa o empresa de estudiantes y los modelos que facilitarán el cumplimiento de sus obligaciones tributarias y contables.
3. La miniempresa o empresa de estudiantes deberá inscribirse por la organización promotora del programa miniempresa en el registro que se habilitará al efecto, lo que permitirá a la miniempresa realizar transacciones económicas y monetarias, emitir facturas y abrir cuentas bancarias.
4. La miniempresa o empresa de estudiantes tendrá una duración limitada a un curso escolar prorrogable a un máximo de dos cursos escolares. Deberá liquidarse al final del año escolar presentando el correspondiente acta de liquidación y disolución.
5. La miniempresa o empresa de estudiantes estará cubierta por un seguro de responsabilidad civil u otra garantía equivalente suscrito por la organización promotora.
Aunque la ley planteaba la miniempresa como un instrumento educativo, la iniciativa podría permitir hacer funcionar un proyecto emprendedor como si fuese una empresa durante dos años. Esta experiencia podría permitir saber si un proyecto emprendedor tenía recorrido y hacer posteriormente un traspaso suave para crear la empresa definitiva o  si por el contrario se debía abandonar.
Esta iniciativa podría haber sido una magnífica experiencia para fomentar el emprendimiento y la creación de nuevas empresas entre los estudiantes y si fuese un éxito, extenderlas a toda la sociedad.
Sin embargo, las iniciativas innovadoras en la Administración tienen poco recorrido en este país, siempre es más probable pararlas que ponerlas en funcionamiento.
Como decía el Conde de Romanones: Ustedes hagan la ley y déjenme a mí el Reglamento. Pues bien, desde hace más de dos años y medio, el reglamento que debería regular estas miniempresas está en manos de algún Romanones que lo tiene congelado.