viernes, 15 de diciembre de 2017

Déficit de cultura emprendedora

De la misma forma que en la segunda revolución industrial, la introducción del petróleo y de la electricidad en los sistemas de producción, el transporte y en la agricultura, hicieron desaparecer muchas profesiones y puestos de trabajo, en la actualidad estamos sufriendo una situación parecida con la incorporación de forma masiva de tecnologías que se crean y perfeccionan permanentemente. La revolución en la que nos encontramos, está ocasionando cambios radicales en el mundo empresarial, con la desaparición de sectores completos de producción tal y como las hemos conocido hasta ahora, con los consiguientes costes sociales y personales que de ello se derivan.
Las palabras mágicas, que aparecen en el mundo laboral, son: formación permanente, creatividad, emprendimiento e  intraemprendimiento, como alternativa al puesto de trabajo tradicional, sin cambios y de por vida. Las estructuras productivas están cambiando cada vez más deprisa y quien no se adecúe a los nuevos tiempos estará perdido en un proceso darwiniano en el que solamente sobrevivirán los que mejor se adapten.
Como ejemplos, podemos considerar la comunicación y el intercambio de información y conocimiento digital de todo tipo. Sectores como el editorial, el discográfico, el cine o la prensa, están sufriendo unos cambios radicales en un breve espacio de tiempo. La intermediación está desapareciendo en muchos sectores. La formación como transmisión de conocimiento a través de las vías clásicas presenciales, está empezando a tener alternativas que además permiten una gran agilidad para una formación continua a lo largo de la vida que hoy día se hace indispensable.
Para implantar todos estos cambios, en muchos casos, la tecnología ya existe. La barrera es cultural, no tecnológica y aunque la resistencia de las sociedades más tradicionales al cambio cultural pueda ser considerable, otras comunidades más sensibles a implantar las nuevas formas de hacer y producir no dejarán otra alternativa que seguirlas o encerrarse en sus fronteras físicas y mentales.
Para las sociedades poco innovadoras como la nuestra,  donde las empresas no pueden competir con valor añadido, la única alternativa es competir en coste y que los trabajadores asuman la realidad de unos salarios decrecientes, un índice de paro alto y unas perspectivas de bienestar social muy poco prometedoras. La amenaza de adoptar una solución de este tipo, radica, en que existen muchos países de economías emergentes que pueden llegar a competir con ventaja en precios.
La solución es aumentar la competitividad a través de productos y servicios de alto valor añadido, sin embargo, la transformación de un sistema productivo clásico en un sistema innovador que aumente la competitividad a partir del valor añadido es una solución difícil de conseguir, ya sea porque no se está preparado tecnológicamente, o sobre todo, porque no se es consciente de la gravedad de permanecer enquistados en la tradición.

Las empresas consolidadas son prudentes con hacer innovación radical por el riesgo que entraña. La innovación radical la pueden hacer las nuevas empresas que no tienen demasiado que perder. Empresas que podrían crear los jóvenes bien preparados de las nuevas generaciones, si no fuera por porque nuestra sociedad tiene un importante déficit de cultura emprendedora.