Hace
ya bastante tiempo escribía en estas mismas “páginas” que la universidad
española necesitaba un cambio organizativo profundo que la debería conducir a su
descentralización, desburocratización y “desfuncionarización”. El problema es que,
a esos cambios necesarios y todavía pendientes, se les ha sumado el desafío de
la digitalización de la enseñanza universitaria.
La
formación fue la actividad original y única de las primeras universidades allá
por los siglos XI y XII, otras funciones como la investigación y la
transferencia de conocimiento aparecerían mucho más tarde ya en los siglos XIX
y XX respectivamente. La formación, que ha sido la misión fundamental de las universidades
durante tantos siglos, puede perder el carácter de piedra angular de su
actividad debido a la tecnología.
Actualmente,
la formación universitaria llega a una gran parte de la juventud, pero sigue impartiéndose
fundamentalmente de forma presencial, una estrategia tradicional que podríamos
comparar con pretender que el teatro proporcione entretenimiento a todo el
mundo en tiempos de Netflix. Las TIC hace tiempo
que han mostrado su capacidad para realizar cambios sustanciales en las metodologías
de la enseñanza universitaria, sin embargo, esa necesaria evolución no se está produciendo
debido a la inercia cultural y a resistencias corporativas.
Los
desafíos para adaptarse de forma rápida y constante a las demandas sociales y
empresariales están mostrando las carencias de las universidades para responder
convenientemente a esos retos. Quizás el inmovilismo organizativo y
metodológico ha sido una de las causas de que las universidades públicas
catalanas (que son las que más conozco) hayan perdido entre 2012 y 2019 más del
27% de sus alumnos de grado (fuente: Idescat) y los rectores catalanes estén
contemplando una caída de otro 7% para el próximo curso y hasta un 30% en los masters,
debido a la pandemia. Sin embargo, con cambios estratégicos, organizativos y
tecnológicos apropiados se podría lograr que las respuestas a las demandas
sociales y de los “clientes” fuesen mucho más ágiles, masivas, económicas y
eficientes.
En
estos últimos tres meses se ha demostrado que el cambio es posible. El cierre provocado
por la pandemia de la Covid-19 ha hecho que las universidades despertasen bruscamente
del sueño de la rutina obligando a incorporar las TIC de forma improvisada en las
clases magistrales, tutorías, exámenes, seguimiento de proyectos o de trabajos
finales de grado. La respuesta espontánea sin la organización ni los medios
adecuados ha sido problemática, pero ha podido llevarse a cabo gracias al voluntarismo
y el esfuerzo personal del profesorado para conseguir los mejores resultados
posibles.
Existe
un buen número de instrumentos para gestionar el aprendizaje y la comunicación
con los estudiantes. Solamente las prácticas de laboratorio, especialmente en los
grados de ciencias o ingenierías, son todavía un problema no resuelto, aunque ya
empiecen a aparecer herramientas para su simulación. Una buena organización por
parte de las universidades para el uso de las TIC de forma ágil y con un
funcionamiento bien estructurado podría conducir a que la digitalización de la enseñanza
universitaria fuese una realidad.
La
digitalización, con un cierto grado de presencialidad para fomentar las
relaciones personales y resolver los problemas de los laboratorios, debería ser
la base de la preparación para responder al “cambio climático” que va a suponer
la globalización de la formación universitaria. Las grandes plataformas de
MOOC’s como, por ejemplo, Coursera o edX, no son más que el prolegómeno de esa globalización
que, de momento, se enfoca a la formación continua y a la de postgrado.
Así
como es necesario implantar la Industria 4.0 en nuestro sistema productivo, esperemos
que la experiencia vivida durante la Covid-19 sacuda la parálisis de nuestras
instituciones y acelere el proceso de implantar una Universidad 4.0 tras la
pandemia.