Existen
muchos avances científicos con posibilidades de convertirse en sistemas tecnológicos.
Los gobiernos suelen abrir convocatorias para que universidades y centros de
I+D presenten proyectos con perspectivas comerciales y a las que concurren una
gran cantidad de propuestas. Estas propuestas suelen tener un nivel de calidad
tecnológica notable y en muchos casos excelente. Los equipos están formados por
científicos relevantes o tecnólogos capaces de desarrollar sistemas complejos, algunos
de ellos, disruptivos.
Sin embargo,
el enfoque comercial, si es que existe, puede ser racional pero no realista y suele quedar
patente que los impulsores no son emprendedores sino científicos o
tecnólogos que están más interesados en que el proyecto funcione
tecnológicamente que comercialmente. Esto hace que los proyectos acaben, si es
que acaban, en productos no comercializables, aunque en las propuestas aparezcan patentes que nadie explota o cartas de recomendación que no tienen en ningún
caso carácter de compromiso comercial, aunque el producto acabe teniendo las prestaciones
que prometen. Adicionalmente, en una buena parte de los proyectos el objetivo
es conseguir dinero para continuar contratando aquel investigador que ha
acabado su tesis doctoral y tiene que marchar porque se le ha acabado la beca o
el contrato.
El problema
fundamental es que no se entiende por parte de las instituciones, que no suelen
hacer un seguimiento de la evolución de los proyectos, que el principal problema
no es crear sistemas rompedores tecnológicamente, sino tener un modelo de negocio
que funcione y que por eso hay que empezar diseñando un modelo de negocio y validarlo
al mismo tiempo que se hace un desarrollo ágil del producto o del servicio. El
problema no es de la tecnología sino del modelo de negocio.